martes, 14 de septiembre de 2010

Dicen que enamorarse es un acto reflejo… como tener miedo. Yo fui una niña sin miedo: no me asustaban los fantasmas, ni los monstruos, ni la oscuridad. Podía mirar debajo de la cama segura de que no había esqueletos ni vampiros. Podía enfrentarme a las niñas de 5º segura de que no me quitarían la merienda. Y así, hasta hoy, segura de que puedo coger una magnum y avanzar por un callejón vaciando el cargador, porque no es eso lo que me da miedo. Lo que me aterra es decir que sí a algo que no podré cambiar mañana, pensar en un sofá para toda la vida, en un crédito hipotecario, en una declaración conjunta o en un “esta tarde tenemos que hablar”, buscar colegios y canguros y pensar en un lugar para vivir cuando ya no tengamos pulso para sostener la magnum. Y de pronto todo ese terror se empieza a disfrutar como el looping de una montaña rusa, y eso es la FELICIDAD.

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