domingo, 26 de septiembre de 2010

-¿Sabe lo mejor de los corazones rotos? - preguntó la bibliotecaria.
Negué. - Que sólo pueden romperse de verdad una vez. Lo demás son rasguños.
Suponemos que todo, por mucho tiempo o poco que dure, se tiene que acabar... Es como un ciclo.... Empieza una cosa, acaba otra... No hay ninguna cosa que no tenga final... Pero... ¿Y si no queremos que algo se acabe?, ¿Y si queremos mantenerlo ahí para siempre? A pesar de la voluntad de la otra persona... O a pesar de que en el destino esté escrito así... Tú lo quieres conservar y eres capar de hacer todo y dar todo sólo para que eso no se acabe. Para que, de alguna manera, puedas tener un recuerdo constante de aquello que pasó. Ya sea con un ''hola'', un ''¿Qué tal?'', un ''yo estoy bien''... Aunque por dentro te mueras de ganas de decirle que no has querido que aquello se acabara, que piensas cada instante en ese día, esa noche, esa tarde, aquella otra mañana o aquella simple conversación en la que acabasteis riendo como unos bobos... Te mueres de ganas de decírselo, pero admites que el destino lo ha querido así y que por mucho que tu quieras mantener algo se acabará, se olvidará y posiblemente no tenga sentido para nadie. Así que agachas la cabeza y asientes, sabiendo que jamás podrás volver atrás.

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