sábado, 30 de octubre de 2010

Olía a vainilla y tardes en camisa debajo de edredones. Quizá por eso me gusta mirarle a los ojos, y notar su mirada dura y acusadora, mientras disimulaba una sonrisa. A mi me encantaba hacerle enfadar, y que se fuese durante diez minutos, aunque apenas cerrase la puerta se escondía a ver si yo daba muestras de inquietud ante su marcha. Beta no aguantaba que me acercase a ella a menos de diez centímetros si no había sido ella que empezase a rozarme con el borde de sus largos cabellos ondulados rojizos. Parecían crepitar cuando se marchaba con falsa indignación antes de lanzarme una última mirada, aunque nunca supe si me guiñaba el ojo al hacerlo, puesto que no era dada a muestras de afecto cuando quería hacerme creer que se enfadaba. Beta necesitaba que alguien fuese corriendo detrás de ella cuando le daba uno de sus berrinches infantiles, pero yo sabía que en el fondo lo que necesitaba era sentir que alguien lo daría todo porque volviese, sin necesidad de ir a buscarla. 

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