sábado, 9 de octubre de 2010


Tienes la vida en los labios y el mundo a tus pies. Simplemente mira al frente, hasta donde la vista ya no te llegue y señala un punto en el horizonte. Ésa será tu meta. El horizonte.
Coge un poco de ganas y un puñado de ilusión, mételas en una mochila y ponte en camino. No hay prisa, puedes pararte a disfrutar del paisaje cuanto quieras, pero ten cuidado de no perderte. Recuerda que tu meta te espera.
Sé que puede ser difícil, pero tengo plena confianza en ti y sé que no abandonarás. Hablando de abandonar... ¿Te recordé echar en la mochila tiritas y gasas? Las necesitarás por si tropiezas y caes. Tranquilo que todos nos hemos dado algún que otro coscorrón, pero el dolor, créeme, se pasa.
Sé que tarde o temprano llegarás, y que cuando pongas los pies en ese punto exacto que señalaste te sentirás eufórico, orgulloso de ti mismo, tan orgulloso que creerás haber crecido de golpe varios centímetros y sentirás que si estiras un poco los brazos, rozarás el cielo con la yema de los dedos.
También sé que en algún momento levantarás la vista y mirarás ante ti. Y lo que verás hará que te sientas encoger de nuevo. Horizonte. Vasto, infinito horizonte.
Puede que te enfades conmigo por no haberte avisado antes de comenzar el viaje, pero has de comprender que en eso consiste esto. Ir de horizonte en horizonte, de meta en meta, crecer y aprender, recorrer mil senderos y compartirlos con otros, contemplar millones paisajes, caer y levantarse cientos de veces. Vivir.
Ante ti se extiende el mundo, pero si miras atrás sólo verás tus huellas en la arena del sendero que te trajo hasta aquí.

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